Archive for April, 2013

La pulsera

Lunes, martes y jueves está presente. Es una pulsera negra con letras blancas. Nunca he logrado definir qué forma tienen y mucho menos el significado de ellas. Son letras sin forma pero paradójicamente poliformes. Están en cursiva, siempre he batallado para leer cursiva. Es una manera absurda que alguien inventó para catalogar su escritura perezosa como algo elegante.

Mi profesor de literatura y el dueño de la pulsera, se llama Carlos Calles. Desde el banco mis oídos captan las figuras retóricas de Sabines, pero mis ojos no ven a los labios de Calles que las pronuncia. No, ven la pulsera.
Cada clase mi cerebro trata de encontrar su origen, y se me hace raro, porque ese tipo de pulseras no la usa ese tipo de personas como Calles. El lunes, pensé que el fin de semana fue a un bar con su esposa. Se tomó algo con alcohol, pero no lo suficiente para ponerse borracho. A lo mejor bailó un poco, y en la salida le dieron la pulsera. El martes me dio la impresión de que estuvo con otro grupo de escritores tomándose una copita de vino, y que ahí alguien se la dio. Calles, mira, como te apreció mucho te daré una pulsera de mi nueva editorial para que la tengas presente. Algo así. El jueves, simplemente pensé que no se la había quitado mientras se bañaba, pero la razón sigue indefinida e incalculable porque entre más me acerco menos le entiendo.
Cuando lo vi en el pasillo, el viernes, pensé que sólo era un pedazo de tela. Un pedazo de tela, que igual que otras cien, tiene la suerte de estar en un brazo peludo y fuerte. O arriba de un reloj, o haciéndole compañía a la liga de alguna mujer. Sí, probablemente también tiene una su esposa.
No sé si sea la comodidad de la tela, o la facilidad en que se puede amarrar a la piel blanca, la que haga que el escritor Calles no se la quite, pero la historia que ese pedazo de tela está cargando es muy pesada. Es lo suficientemente pesada para que unas palabras sin definición griten más fuerte que las palabras pronunciadas de su propia boca. Un pedazo de tela que da vida.

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LUZ Y LAS LAMPARAS

Las luces eléctricas provenientes de bombillas o con algún otro método más moderno, siempre han ayudado al ser humano.

Existen en todos lados. En los salones de clases, en las iglesias, en las compañías, en las casas, etc.

A veces me resulta algo irónico pensar en cómo el ser humano crea necesidades que antes no tenía y luego necesita inventar cosas para poder satisfacerlas.

Si ya existe sol cómo fuente de luz, ¿para qué crear focos? La noche es para dormir; por algo tenemos la mitad del día con luz y el resto lleno de oscuridad. Hay un tiempo para trabajar y otro tanto para descansar.

Y así podemos contar un innumerable número de inventos que serían redundantes si el ser humano no fuera tan flojo.

Hoy pude observar cómo innumerables personas dejaban prendido los focos. ¿Por qué el ser humano crea inventos para qué otro pueda disfrutarlos, si a fin de cuentas no lo van a apreciar?

Por otro lado no hay duda de que los focos nunca son inútiles y son una de las mejores armas contra la oscuridad, todos los inventos tienen sus pros y contras.

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El zumbido

¿Cómo empezar un ensayo literario? Solo pensar en la libertad me aturde, así como mi computadora aturde a quienes estén cerca. Suelo recibir comentarios maliciosos sobre el ruido incómodo, sobre la desesperación que causa escuchar su zumbido por más de treinta minutos. Pero a cada uno de estos comentarios respondo con lo mismo: “Lo siento. Las computadoras son costosas”. No han faltado niños mimados que me miren con sorna y suspiren. No ha faltado aquella persona odiosa y sabelotodo que responda, con auténtica sorpresa “Pero si no son caras, solo cuestan 15 mil pesos”.

Incomoda saber que estoy creciendo entre personas que consideran que quince mil pesos es poco para un objeto destinado al ocio, que el costo de un objeto es directamente proporcional al placer que les dará al momento de presumirlo, que el grabado de una manzana en la carátula de una computadora inmediatamente les sube un par de puntos en su estatus social, que utilizan la palabra “pobre” como si dijeran “idiota”, “sucio”, o “leproso”. ¿Qué puedo esperar de un grupo de personas incapaz de tolerar un poco de ruido, incapaces de aceptar que el mundo no gira en torno a ellos?

Me he aproximado con interés científico a este grupo de personas que –por desgracia- abunda en el lugar donde estudio. Son incapaces de agradecer: poseen la ilusa creencia de que todo a su alrededor lo merecen. No pueden concebir un refrigerador vacío, ni una cama sin base y cabecera. Pueden concebir una vida sin sus padres –y por sus constantes quejas, podría afirmar que lo desean con ardor-  pero no sin el dinero que les proveen. Como si de infantes se tratasen.

Mi computadora no es perfecta: hace ruidos que recuerdan a las turbinas de un avión a punto de despegar. Suele calentarse sin razón, o apagarse cuando no la cargo apropiadamente. Pero a pesar de esto no la desprecio: es una herramienta. No debería ser excesivamente costosa: debe ser útil.

Sin embargo he perdido el juego: poco a poco he notado como algunos de los comportamientos que desprecio se me han adherido. Es inevitable: meterse al fango y salir limpio no es posible. Y sabré que me he convertido por completo cuando el zumbido de mi computadora me altere.

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Los relojes van en la mano izquierda-Debanhi Garza

Los relojes van en la muñeca izquierda. De manecillas, digitales, con pequeños diamantes o de imitación de piel, en brazos delgados, velludos, o arrugados, pero siempre van en la muñeca izquierda.
Si los usáramos en la mano derecha podrían ensuciarse con las gotas de aceite que saltan de los sartenes, con el agua que se desprende de las paletas de hielo que se aventuran a dejar un caminito pegajoso. Se podrían caer de nuestra mano cuando damos instrucciones a un perro de salir al jardín, o simplemente arruinarlos después de una ida al baño.
Los relojes van en la muñeca izquierda porque al parecer nuestra mano izquierda no hace mucho, como esposas de millonarios que no trabajan y que a los maridos sólo les queda vestirlas y decorarlas para lucirlas.
La expresión mano derecha incluso galardona a nuestra persona más cercana, y como no existe ni si quiera una expresión para la mano izquierda, pongámosle un reloj y tengamos el tiempo al alcance de los ojos.
Pero, ¿por qué y quién comenzó con esta tradición tan explicable en la sociedad?
Los relojes van en la muñeca izquierda desde que un hombre diestro se dio cuenta que auto-explorarse sexualmente era más fácil con el reloj en la otra mano.
Nadie piensa en los zurdos… y ni hablar de los anillos de matrimonio.

 

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Retratos

Sobre la mesa se posan, silenciosos como espectros, dos marcos con fotografías en la más pura expresión del blanco y negro. Rancheros mexicanos montados a caballo y adelitas con trincheras, listas para una batalla o para coquetear con el capitán.

Una mujer joven mexicana  promedio, y con promedio nos referimos al promedio que puede pagar la decoración moderna y ostentosa de su habitación, no consideraría en absoluto el hecho de poner esos marcos en la pared de su cuarto.

Sin embargo, los cuartos de las muchachitas actuales fácilmente portarían retratos de las llamadas flappers, con sus vestidos holgados y maquillaje art-decó. No dudarían en acomodar el precioso e icónico retrato de Audrey Hepburn, con su collar de perlas y su maquillaje de salón, pero jamás en la vida pondrían a la Adelita que probablemente murió en batalla una semana después de haber  sido tomada la foto.

Y es que las niñas son curiosas. Te dicen que son mujeres fuertes, pero sus modelos a seguir son damitas endebles como carrizos. Creen que con sonrisas cambiarán al mundo, actúan como si un par de tacones las fuera a hacer dominar el mundo.

Probablemente es nuestra culpa, por haberlo permitido. Por preferir a la acrtíz que a la guerrera, a la ama de casa que a la poeta, a la risueña que a la furiosa. “Calladita te vez más bonita.” Sumisa, preciosa y amable a como dé lugar.

Si esa Adelita viera en lo que nos hemos convertido, vergüenza me daría. Pues ella dejó a sus hijas y mandó a sus hijos a la guerra, ella disparó rifles y empuñó espadas. Fue violada para que tú no lo fueras, fue muerta para que tu colgaras ¿qué cosa? El retrato de una mujer que te hace creer que debes creer en besar, pero no te dice que luches.  

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Las líneas entre las baldosas

Recuerdo poco de las clases de geometría que impartía una maestra joven, no muy guapa, cuando yo estaba en prepa. Recuerdo, y estoy seguro que mis amigos de ese entonces también, los momentos cuando nos daba la espalda para anotar algo en el pizarrón. La geometría de su trasero, decíamos. Y ahora pienso que sería un buen título para un cuento.

Creo que la geometría tiene que ver con el área y los ángulos de las figuras y objetos. Desde la posición en la que escribo, noto en el suelo las líneas de cemento crest que dividen las baldosas grises, verdes o de no sé qué color porque soy daltónico. Las líneas no existen, son formadas por mis ojos y la obsesión del cerebro por encontrar patrones en lo más simple. Entre los cuadros de piso, alineados para llenar el suelo de un cuarto, existe un reducido espacio entre cada uno que forman líneas aparentes de un par de centímetros de grosor. Y veo líneas paralelas que se alejan de mí y otras que cruzan, intersectando con las primeras formando ángulos de noventa grados. El resultado es una cuadrícula que se me antoja colocar sobre un dibujo que después yo pintaría al pastel. Al pastel porque me gusta más que el óleo o el acrílico o las acuarelas.

Conforme se alejan estas líneas aparentes, dan la impresión de unirse. Entonces dejan de ser paralelas. Me da gusto que lo hagan. Como si unirse fuera el deseo de ellas y sólo lo lograrán si se alejan de un punto de origen. Como la fuga de cerebros en los países en vías de desarrollo.

Las líneas aparentes existen para ser ignoradas, pisoteadas, pero  nunca cumplen una función relevante en el diseño del cuarto. Son el resultado de la imposibilidad de comprar baldosas más grandes o más finas que pudieran ser colocadas sin espacios entre sí. Las líneas son un accidente, como el bebé de una adolescente de quince años.

Líneas rectas sin gracia, que añoran ser curvas, porque así los hombres se fijarían en ellas, pensarían en su geometría, y ¿a quién le importa si no recuerdan nada de lo que estaba escrito en el pizarrón?

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Oda a… (intento fallido de ensayo)

La grandeza se puede encontrar en las cosas más insignificantes. Producidos en países del sudeste de Asia, con salarios mezquinos y condiciones inhumanas, se venden en el mercado por más de lo que sus productores ganan en una semana. En sus orígenes eran negros. Después vino el blanco. Negro con blanco, blanco con negro, y hoy se puede encontrar en ellos cualquier combinación de colores imaginable, como amarillo con verde, o plata con rosa. Los materiales también han cambiado, empezando con el cuero y llegando hasta los llamados materiales sintéticos. En otros tiempos eran pesados, rústicos, casi peligrosos si estaban empapados. Hoy son más livianos que un libro. Son más resistentes, son más flexibles, son más. Son la principal arma del héroe, o del villano. Son el prestigio de las multinacionales. Son motivo de innovación. Estos pedazos de tela multicolor, controlados por la mente y el cuerpo adecuados, son capaces de hacer vibrar a todo un país, o a todo el mundo. En ellos se deposita el arte del mago, y de ellos depende que el truco salga como se espera. Por eso se busca la perfección, para llegar a la grandeza. En esas enormes fábricas en países subdesarrollados, se necesita la perfección, aunque dudo mucho que ese sea el precio de la perfección. En Argentina les llaman botines, en España zapatos. Aquí les decimos, muy a la mexicana, tachones o tacos.

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http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Calles

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Sobre el ensayo

Por Calles y su equipo de maestría

Este documento tiene el propósito de revisar los elementos teóricos que permiten distinguir al ensayo como género literario. Partimos de la hipótesis de que la ambigüedad y polisemia de la palabra ensayo, para referirse a casi todos los documentos escritos, ha generado una gran confusión respecto a la comprensión del concepto. Como su nombre lo indica, éste debería permitir poner a prueba las ideas; y ser, entonces, un texto que problematice e inspire al lector a reflejarse en la autoría. En opinión de A. Souto, el ensayo es un escrito, por lo común breve, sobre temas diversos; no lo define su objeto, sino la actitud de prueba, de examen, de tentativa o sondeo que asume el escritor; es una cala, una avanzada, un tiento por el que se reconoce un terreno nuevo, inexplorado; es una hipótesis, una idea que se ensaya. No tiene ni requiere aparato crítico ni gran extensión; se presenta sin ropajes eruditos. (Cfr. Souto, 1973: 1). A partir de esta definición, analizaremos el texto de Alfonso Reyes, Notas sobre la inteligencia americana.

1) Variedad y libertad temática. “La variedad de los ensayos es tan grande como la variedad temática misma: un ensayo puede ser histórico, literario, político, sociológico, autobiográfico, etcétera” (Gómez, 1992). La profusa obra de Reyes, reunida en 24 tomos publicados por el fondo de cultura económica, consta de una gran variedad de temas, abordados desde diversos géneros literarios. Por lo que al ensayo concierne, es preciso dar cuenta de que hizo alarde de una gran versatilidad; los temas que trató van desde lo más aparentemente trivial como las Memorias de cocina y bodega, hasta los más profundamente existenciales, como El suicida.

2) La prueba. El ensayo no requiere un aparato crítico específico y tampoco tiene una extensión determinada. Lo que sí necesita tener es una idea que se ensaya. Además de la variedad y libertad temática ya referida, lo que define al ensayo será “la actitud del escritor ante el tema mismo” (Souto, 1973). En Notas sobre la inteligencia americana, la actitud de Reyes desafía una concepción cultural impuesta por Europa: “…falta todavía saber si el ritmo europeo—que procuramos alcanzar a grandes zancadas, no pudiendo emparejarlo a su paso medio—, es el único “tempo” histórico posible, y nadie ha demostrado todavía que una cierta aceleración del proceso sea contra natura” (1936). Por eso, Reyes se rehúsa a hablar de cultura o civilización americana, y propone el término inteligencia. No es su objetivo cerrar el tema para siempre, pues ése no suele ser el objetivo del género ensayístico, más bien, Reyes lo dice: “Sólo me corresponde provocar o desatar una conversación” (1936). Lo que hará es probar la idea, pesarla, ensayarla, para comenzar un diálogo.

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Travel Essay

By Richard Risemberg

The beginnings were auspicious. I say beginnings in the plural because every journey, no matter how short or uncomplicated, begins first with the conceiving of it, then with the anticipating, the planning, and the preparation, so that when you finally depart, at last, it is only the end of the beginning. Ours–my buddy John’s and mine–progressed from wishful thinking to phone discussions to meetings and mapping without the slightest irregularity. It was only when we actually began to move that things went wrong. Or perhaps a little bit before….

I had gotten a nice new Bridgestone touring bicycle, and John and I had decided to baptize it with a weekend journey to McGrath State Beach, a campground about seventy-five miles from my home in Hollywood that I remembered from a pleasant and restful visit about fifteen years before. Back then, there had been trees, meadows, the beach, an estuary, friends around the campfire–all the requirements fulfilled. And for the present trip, we had planned well, my buddy John and I, and worked out an interesting route based on an earlier bike trip he had made in the same area; and I had bought the luggage I’d needed as well as some food and the little doodads that come in handy when you’re camping out. The bike was broken in and comfortable, so it was with no sense of disquiet that I saddled up early on the appointed morning to begin the first stage of the trip, a twenty mile run to John’s studio in the San Fernando Valley. Perhaps I should have taken the fact that I started an hour early as a sign from the unconscious: I wanted to be on hand ahead of time in case John needed any “inspiration” to get ready. But then, all of my friends have been lateniks all my life, so I am a bit cynical about their early starts. To me, the morning is the best part of the day.

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