El zumbido

¿Cómo empezar un ensayo literario? Solo pensar en la libertad me aturde, así como mi computadora aturde a quienes estén cerca. Suelo recibir comentarios maliciosos sobre el ruido incómodo, sobre la desesperación que causa escuchar su zumbido por más de treinta minutos. Pero a cada uno de estos comentarios respondo con lo mismo: “Lo siento. Las computadoras son costosas”. No han faltado niños mimados que me miren con sorna y suspiren. No ha faltado aquella persona odiosa y sabelotodo que responda, con auténtica sorpresa “Pero si no son caras, solo cuestan 15 mil pesos”.

Incomoda saber que estoy creciendo entre personas que consideran que quince mil pesos es poco para un objeto destinado al ocio, que el costo de un objeto es directamente proporcional al placer que les dará al momento de presumirlo, que el grabado de una manzana en la carátula de una computadora inmediatamente les sube un par de puntos en su estatus social, que utilizan la palabra “pobre” como si dijeran “idiota”, “sucio”, o “leproso”. ¿Qué puedo esperar de un grupo de personas incapaz de tolerar un poco de ruido, incapaces de aceptar que el mundo no gira en torno a ellos?

Me he aproximado con interés científico a este grupo de personas que –por desgracia- abunda en el lugar donde estudio. Son incapaces de agradecer: poseen la ilusa creencia de que todo a su alrededor lo merecen. No pueden concebir un refrigerador vacío, ni una cama sin base y cabecera. Pueden concebir una vida sin sus padres –y por sus constantes quejas, podría afirmar que lo desean con ardor-  pero no sin el dinero que les proveen. Como si de infantes se tratasen.

Mi computadora no es perfecta: hace ruidos que recuerdan a las turbinas de un avión a punto de despegar. Suele calentarse sin razón, o apagarse cuando no la cargo apropiadamente. Pero a pesar de esto no la desprecio: es una herramienta. No debería ser excesivamente costosa: debe ser útil.

Sin embargo he perdido el juego: poco a poco he notado como algunos de los comportamientos que desprecio se me han adherido. Es inevitable: meterse al fango y salir limpio no es posible. Y sabré que me he convertido por completo cuando el zumbido de mi computadora me altere.

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